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Lo más extraño de todo no había sido Franco, ni sus silencios, ni la forma estruendosa en que pasó a formar parte de nuestras vidas. Lo más extraño era que había muerto.

No podría decir cómo –si estamos hablando de lo mismo, nadie podría decirlo- se las arregló para forjarse un destino feroz en un segundo de distracción. O para forjarlo, mejor dicho, a su familia.

¿Podemos, siquiera, culparlo? Él ni siquiera conducía. ¿Habrá hecho un movimiento, un gesto, habrá al menos construido con sus manos al golpe que lo mató, que nos mató a todos, al fin de cuentas? Si al menos el otro chico despertara y pudiéramos preguntarle, pero ni siquiera, acaso morirá pronto, o se refugiará cobardemente en sus propios infiernos de culpa y horror. Nos gustaría, al menos, hablar con Franco y culparlo, decirle imbécil, cómo te vas a morir, cómo vas a estar muerto, con la falta que nos hacés a todos.

No se lo dijimos antes porque no estaba, Franco apenas existía, leve entre sus éxitos de poca monta y sus deseos, mudos para los que seguiríamos después que él. Qué extraño era Franco, un nombre entre la penumbra, un rostro apático tras las mesas navideñas. Un Franco de una vez al año, de olvidarse hasta volver a verlo, de no pensar nunca que estuviera lo suficientemente vivo como para morirse.

Pero aparentemente las figuras que se asemejan tienden a morir de manera similar. Entre el chico del tren y Franco no había tanta diferencia. Sus rostros se confunden para quienes sólo saben sus nombres. Franco, Nicolás. Los dos, o uno solo, se murieron con todavía las palabras entre los dientes, en la garganta, en el estómago que duele todo el tiempo. Dejaron de tomar café y de vestirse; nos recuerdan, a su manera, que tendríamos que haberlos querido un poco más, tan callados, tan dulces en su distancia infinita.

Tal vez ya sabían que iban a morirse. Por eso fueron alejándose levemente, sonriendo sin hablar, o hablando sin sonreír. Como para que la vida no se detuviera tan de repente como sus cuerpos, tan violentamente que los padres no pueden ver el rostro, no pueden...

Qué extraño que es Franco. A veces me acuerdo de él y pienso, ah, él sabía mucho sobre computadoras, tal vez podría ayudarme en... y recuerdo que está muerto, qué extraño, cómo va a estar muerto si todo sigue igual, si sigue no estando como todos los otros días. Y otras veces, entre un mar de recuerdos, emerge la voz que dice, vuelve a decir, inteligentísimo el pendejo, y yo pienso una vez más que tendría que hablar con él, que al fin y al cabo somos familia, que tiene ojos para mirar mucho. Pero me acuerdo de vuelta, vuelvo y digo ¿cómo? es muy extraño, no puede haberse muerto, así, sin que nos quebráramos todos como migajas.

Y acaso lo hicimos, pero no nos veo claramente, dónde están las lágrimas y los gritos espantosos que nacieron en mí desde la sangre que duele. O sólo son los ojos bajos, las voces opacas, los titubeos de no sé si decir te quiero o decir lo siento. Qué extraños nos hace sentir Franco, que al fin de cuentas estaba vivo, un poco al menos, y en la única curva que amenaza se estrella, se desfigura, se va para siempre. Si supiéramos qué hizo, un movimiento repentino, o si se suicidó con un chiste, una canción, una última plegaria. O el silencio de siempre, el mismo con que nos pintó las caras de blanco, el mismo en que se escondía para que no lloráramos cuando se fuera.

Pero se fue, qué podemos hacer sino agitarnos entre estas palabras, rezarlo o aprender a rezar, no sé. Franco, qué extraño, cómo seguimos ahora, cómo entenderte muerto, distinto: silencio más allá del silencio.

3 comentarios:

Pobre.. hasta se llamaba como yo. Lo deben estar llorando y rezando, si saben. Pero otros ya siguen de manera diferente sus vidas, que no te interfiera... (sino te llamo a un Unicornio y arreglate...(maldito sarcasmo entre paréntesis))

5:25 PM  

Dios santo que buen post, lo suficientemente vivo como para morirse, a veces muchos no saben la diferencia....

5:02 PM  

Si acaso uno supiera que ya no puede morirse, que ha muerto hace tiempo, seguiría así, copiándose a sí mismo cada segundo por siglos.
Sería terrible.
Pero igual, pobre Franco.

3:39 PM  

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