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Sonata

Se abre el telón.
El público, que seguramente está sentado sobre butacas rojas y señoriales, pero que permanece en el más oscuro anonimato ya que las luces lo encandilan todo, aplaude un poco. Esperan algo.
No es que aplaudan por cortesía, o por emoción. Es más bien el resultado de cierto automatismo en el orden de los hechos: murmullo general, aplausos, silencio momentáneo y música. Pagaron por eso; no debería suceder de otro modo.
Pero de hecho el momento tres se alarga demasiado. Los segundos corren sin apuro, mientras el público acrecienta su expectación. No van a ponerse a patear el piso o a silbar: pagaron, y eso debería ser suficiente para que la banda empiece.
Como no hay otra opción, no queda más remedio que esperarla. Nadie sabe bien qué hacer. Se revuelven en sus asientos, fruncen el ceño, estornudan, comen pastillitas de menta. Y como no pasa nada, se vuelven para ver quién se sentó atrás, se paran para acomodarse el pantalón, se ponen el saco o se lo quitan. Pero el momento inviolable del silencio persiste.
Y la banda está ahí, delante de todos. No es que se haya ido, sólo que nadie quiera creerlo. Está donde dice el folleto que tiene que estar, con sus instrumentos brillando, el director mirando al otro lado, y las mujeres estiradas que tocan el violín. Pero no empiezan.
Un señor en la tercera fila ya se aflojó la corbata. Su yerno, aburrido, optó por aprovechar la oscuridad para tocar las piernas de su novia. Más para el fondo alguien tose (infaltable) y se expanden los suspiros de impaciencia, que pronto son acallados por un sonoro chistido.
Los músicos permanecen impasibles. Los brazos en posición (los codos levantados), el rostro en alto y la mirada fija en las partituras. No están ni parecen embalsamados. Se mueven, respiran y todo eso, pero siempre manteniendo cierto porte elegante que los hace más músicos que el resto del tiempo. Por el rabillo del ojo espían al director, cuyos movimientos son casi imperceptibles.
El pasillo lateral está alfombrado de negro. Pisando el alfombrado (y con ciertas intenciones de caminar) se halla un Angélago azulino, que se mueve por convulsiones, y que más o menos avanza. Nadie lo ve porque no está en el programa y porque, por supuesto, no pagaron por verlo y no tiene nada que hacer allí. No se enteran, por ejemplo, si lo que vomitó casi llegando a la escalinata del escenario es un ala o un bosque, o si lleva los ojos bajo o el cabello, o siquiera si tiene ojos. No está en el programa.
En la primera fila hay una dama muy fina que viste (por supuesto) de marrón, y que tiene un collar de piedra muy llamativo. De eso se ocupan las otras cinco damas que tienen la misma fila, y que no saben qué hacer para no aburrirse, porque no le gusta el músico del trombón. Si les gustase el músico del trombón (como a Mariné) podrían mirarlo hasta hartarse e incluso hacerle caras, sin sospechar que el músico en cuestión puede verla, ya que tiene una visión suprema, y que el resto de sus vidas (si es que existe un resto de sus vidas después de eso) la va a acosar sin descanso.
El niño de diez años más malcriado del lugar, se complace en suspirar sonoramente sólo para oír el chistido irritado que lo acalla cada vez. Por otra parte, en la cuarta fila, en el asiento número siete contando de derecha a izquierda desde el pasillo central, hay un hombre que tiene un bigote chistoso. Y le encanta tener un bigote así (en eso piensa mientras las personas de los asientos contiguos revuelven entre sus bolsillos buscando un pañuelo o un papelito cuyo tacto los ocupe unos segundos.
Hay una sola mujer (con vestido, de más está decir) que no ha dejado de prestar atención al escenario, y que espera con fe inconmovible a que el espectáculo empiece. Las demás se distraen fácilmente; es obvio que no son muy asiduas concurrentes de conciertos.

5 comentarios:

HOla... bueno, no sé exactamente que poner, no soy de entrar a este tipo de blogs porque soy una persona facilista es decir, miro una foto y firmo... pero bueno, esta vez quise hacer algo distinto. me gusta mucho lo que pusiste, más allá de que es cierto eso que pasa cuando vas a ver algo, no si en todos lados pasa, pero hay mucha coicidencia. me crea imagenes raras en mi cabeza, tal vez como un dibujo bizarro que solo i.sat o locomotion (no recuerdo ahora el nuevo nombre) podria pasar. Las descripciones estan geniales, podrian sacarse varios personajes de ahi, y la situacion de espera como que parece interminable, me gustó mucho.
saludoss

7:49 AM  

Me encantó!!!!!!. Es... preciso... Me fascina... ^^

4:05 AM  

o.o
Vaya. Jamás hubiera esperado esa reacción (y menos con tantos signos de admiración). Aunque supongo que todo se acabará con el próximo, porque es mucho más extraño y complicado^^

10:06 AM  

Es buenísimo, en serio. Te felicito.

12:55 PM  

Está muy bueno. Esa incomodidad al principio, ese esperar que arranque todo, me hizo acordar a Cortázar. Después partís hacia los personajes, hacia sus posibles futuros (no su futuro real, que incluso pones en duda).
El final me mareó un poco, parece que yo también pagué para ver el espectáculo empezando, cuando en verdad la idea era que nunca empezara. O más bien, que el concierto era eso, la platea. La obra al revés, lo que se dice.

Nos estamos leyendo.

8:12 AM  

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