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el oído se me llena
como si la boca del agua susurrara en mí
el oleaje se inmensa grandemente
...........................y grandemente me hunde
.......................................................me ensangra



Abajo del mar hay cosas
Lucas estás vos, pero no estás, como si debajo del agua sólo existiera el deseo, inmaculado, prístino deseo de vos, que tiene igual tu cara
...............................es una cara sobre tu cara
........................es una espalda sobre tu espalda
.............................................igual
estás ahí deseo
y a mí el agua se me hace tan difícil
tan difícil de llevar


pero me dejo
..llevar
a tus ojos si me vieras estaría demente
a mis ojos lo estoy -el deseo me consume
la demencia me consuma
y a mí el agua se me hunde
tan difícil de llevar



al oído me lo llenan los mares
en las manos la marea se epilepcia
y al cuerpo igual sobre tu cuerpo que me llevo a dormir bajo las aguas
nunca nunca se muere de asma
pero mojado se vuelve
......................tan difícil de llevar


Con todas estas estrofas
lo que trato de decir es que es el agua
que susurra el océano en mi oído
mientras me pone un pie en el pecho
y que adentro me desenvuela el peso muerto de vos
del deseo de vos


.....me consume lo inconsumable
......................el tan difícil peso de llevar.

Emperansía

lo otro: la vida
cuando soy razón.
el ojo infarto del caballo que me llueve en el fondo del mar
la piel ni se entera
pero no por eso llueve menos
ni más tampoco.
Tengo paciencia.

lo otro: éllx
cuando mi mano y la tuya se besan
confían suicidar al abismo.
cuando soy nuestro tesoro matriz
los versos se rebalsan de blancos enormes-
(el signo extranjero que en todo habita).
Parasiempres.

lo otro: allá
cuando enraízo, prendo diría, en la aguacuna
en acá embebido de sol y pulso
las letras que con sangre entraron
y algún soplo presentido que
se escapa fuera de la voz
te dicen: pampa
madera. polvo.
Cuando prendo.

lo otro: vos
cuando me fijo y el adentro es inmenso
éxtasis de pieles y neurosis insomnes
dignísimas torturas simultáneas
el día me vive con placer
mientras
lo uno existe fuera
yo ni se entera, pero no por eso
el mundo se acaba ni decrece.
La cita está pronta.
Nos tengo paciencia.

Llegaste en medio de la noche que llovía, que se derramaba sin culpa, su alma negra y viscosa sobre las cabezas demasiado serias de las casas. Yo estaba hecha un bollito en mi cama viendo cómo la sombra líquida cabalgaba en mi ventana, la besaba sin cesar y no se iba nunca, sus grandes brazos membranosos y su voz de madre milenaria. Llegaste empapado de noche y me diste una sonrisa y un beso, los dos llenos rebosantes de beso, de sonrisa, y de agua oscurísima que te cubría.
Yo sabía que no podía ser, que no estabas ahí. E hice té para los dos, en tazas grandotas como debe ser cuando llueve noche tanto así. Yo estaba feliz, por eso en las paredes crecían víboras verdes y amarillas que florecían enormes, jugosísimas, y a veces teníamos que correr la cabeza para que no nos hicieran cosquillas. Vos tan callado, por qué.
Bueno, porque en verdad no podía ser, no era entonces, y seguro cada gota de tu piel con olor a recuerdo, cada segundo de tu sonrisa que dejaba crecer las mariposas de mi estómago, todos y cada uno de los cuadros de tu movimiento, eran yo. Porque nadie podía haber acá que no fuera mi tiempo, este cuerpo mudo mirando la lluvia.
Entonces vos sonreíste menos. Como en los recuerdos más cercanos, y yo te volví a extrañar aunque estabas ahí y me mirabas y tu mirada me estrangulaba el adentro hasta romper algo, no sé cómo se llama, eso que se rompe siempre y me hace llover sobre la cama. Y dejé de estar feliz pero igual nos serví el té porque si no se enfría. Te pregunté cosas. Y respondí por vos. Te pedí que me contaras de nuevo todo, los partidos de fútbol en el barrio, el Lucas y Cafú y el Rulo y la Rulito y todo, y la murga, la mudanza, crecer, y todo. Porque en tu voz se dormían mis mariposas para no morirse tanto, aplastadas por el tiempo que llovía adentro y las ahogaba sin preguntar.
Te dije te extraño. Y me preguntasté (pregunté yo) por qué las cosas no eran más fáciles y sólo te buscaba en la biblioteca como esa vez, te daba un beso sorpresa y éramos felices para siempre y cantábamos canciones de sui generis que no importa nunca repetirlas así que sí podía ser para siempre. Respondió el recuerdo por mí. Mis palabras todas y tus últimas palabras. Y entonces junté valor para decir:
Porque extraño más tu alegría que tu compañía.
Algo se rompió adentro. Otra cosa. Una que no llueve. Y que no hace ruido.
Entonces levanté la vista y no estabas más, nunca habías estado, sólo el sonido de la noche cayéndose desde alto sobre el barrio. Así que te extrañé más. Mucho más, porque se derramaba tiñendo todo el futuro de extrañarte, se derramaba, toda el agua del mundo, todas las noches del mundo que llovían al mismo tiempo, casi en silencio y me hacían mirar cómo no estabas más sobre la silla mojada.
Me dio pena por las mariposas, que no habían tenido tiempo de cansarse porque las matábamos siempre, aunque fueran lo más hermoso de la vida. Me dio pena sobre todo porque no entendían, me miraban con los ojos lánguidos de angustia cuando yo entré a mí con el cuchillo y empecé a picarlas una por una, aunque eran miles.
A veces saco un retazo de tu voz que tengo guardado en la almohada, y las cubro con eso para que se duerman y sobrevivan. Pero no sé si vuelen de nuevo. Les hice muy mal las alas. Y eso que se rompió (lo segundo, lo que no llovía) no lo pude arreglar nunca. Sólo espero que no haya sido la felicidad.

Una vez más entiendo que la sabiduría popular es a grandes rasgos siempre cierta, y para mí siempre falsa. Pero no importa lo contundente que sea su error: cuenta con la prepotente impunidad de ser, efectivamente, popular.
Por esto mismo, si para ella equivocarse una vez es condenable
y equivocarse dos veces es enojoso,
Tres veces crea una serie y por lo tanto ya es piscopático.
Podríamos suplantar el dicho "no hay dos sin tres" por "no hay tres sin infinito". Y yo usaría el adjetivo "perfecto". Pero claro, soy yo. No todos.
Así que acá estoy, escribiendo líneas y líneas nomás porque te extraño y la sabiduría popular dice que tengo que remacharme la boca y masticar esas palabras hasta que la saliva y la dura sanción de los dientes las vuelvan ilegibles. Y lo escribo acá porque es como si lo graffiteara en una pared en Pekín: todos sabemos que nunca vas a llegar hasta Pekín. Y en caso de que lo hagas, sería por una serie de casualidades mágicas, pero tan tan mágicas, que no podríamos dudar de su carácter destínico y revelador. El mensaje revelado sería algo como "No, no se queden tranquilos: tengan problemas". Acaso para los Dioses seamos una novela de la siesta.
En fin, escribo acá para que los pekineses que pasen y lean no entiendan o les desimporte, y yo pueda entonces decir sin decirte, callar sin callarme.
Te extraño.
Ya está. No, mentira, no alcanza. Nunca alcanza. Me da bronca tener las manos llenas de palabras rojísimas, vivas, hermosas para vos, llenas de tu nombre y los momentos que nos cambiaron la fuckin vida... y saberte lejos, errante y melancólico, desprotegido tu amor frente a la interperie de mi silencio.
Anoche me dormí pensando en escribir esto. Salvó mi memoria una frase clave: me muerden la panza las ganas de verte. Y, ya hundida en el sueño de muchas horas, volví a decir la frase. A decírtela. Y.. agh, no, tengo que explicarte todo.
Para resumir, la hora correcta, la que me marca que todo va acording to the plan, son las que repiten el número de la hora y el de los minutos. Por ello mismo, puse el despertador a las siete y siete (las ocho y ocho habría sido ya demasiado tarde). Eso hizo que la musiquita tririririn-tón sonara justo en medio de un sueño que tuve con vos, y era correcto, tuvo que ser así. Porque de otro modo soñarte toda la noche habría sido en vano.
Así que me desperté y todavía caminaban sobre mi cara muchas cosas, me muerden las ganas de verte, los mil detalles del momento en que te agarré la mano y después la solté porque estaba mal. Pero no puedo recordar qué era lo que estabas contándome.
Igual retomo. La sabiduría popular que dice que uno busca a alguien más cuando está mal con su pareja, se equivocó. Mirá. Estoy muy bien; aunque me cueste decirlo soy feliz. Él sigue pareciéndome la persona más hermosa de todo el mundo, lo que significa que el Amor llena mis ojos todavía. Pero *cueeeec* (sonido de error): ¡te extraño igual! Finalmente florezco, sonrío con la cara al sol... pero no puedo terminar de entenderme, porque tu nombre me muerde la panza.
También se equivoca tu sentido común que reza: "si te pasa eso es porque me Amás" o "es porque tenemos que estar juntos". Mal. Inexacto. Eso no va a pasar y voy a luchar con garras y dientes para que tu sentido común sea una tontería, un espejismo, una ficción más.
Bueno, sí, te extraño tres. Pero estoy muy segura de que quiero que seamos sólo amigos. Y también, que me encanta enamorarnos. Y que las dos anteriores son incompatibles. Y que estoy siendo sincera. Es que la realidad (o mi mente, lo mismo da) es un mecanismo complejo. No, más complejo que eso que te imaginás ahora. Siempre más.
Y retomo: si somos la novela de las tres para los Dioses, pues me jacto de ser un personaje mucho mejor que todos aquellos que desfilan por nuestros televisores. Y vos también, tan hermoso, sos tan hermoso. Y mi Amor, mi ángel, por supuesto: el más bello de los hombres sobre esta Tierra.
Equivocarse tres veces es perfecto: un desastre total. Por eso hago lo correcto y me callo sin callarme, te digo sin decirte. Que la tercera vez es la vencida, pero igual es la mejor.

sobre los ejes perpendiculares del tiempo y mi cuerpo, dibujás tu partitura
vals de rojos telones sobre el agua al pie de las butacas.
Me canso nunca de verte nadar
como si me creyeras cuando te digo que soy el océano el agua toda la matriz del universo
y quiero pero no puedo decir pido gancho
dejame un minuto para pensarme pero no porque la obra empezó y debe continuar
pero dejame
no
un segundo
.No.

Y así voy floreciendo a mansalva, estigma del poeta que se descubre mujer,
y encima feliz.
Ya la luz no destruye los brotes de mi piel reverdeciente. A quién voy a echarle la culpa de los poemas de sauce y lluvia
A quién si no puedo nombrarte. Mirá esta hoja manchada de impotencia y desasosiego. Mirá cómo patinan las formas y se desarman hasta difuminarse los bordes rotosos
Es que el mundo se llenó de Agua (sentí, en los pies), toda la que estaba adentro y que se fue porque ya no la necesito para creerme el mar. el océano. el universo todo abrazando planetas misteriosos.
Pero esta vez no me ahogo, crecí: chapoteo
mirando hacia el pasado cómo quebré todas las palabras que ahora podrían servir para decirte. Cómo manché a los ángeles con nombres cobardes, a los monstruos con fantasía épica, al Amor con tiempo inútil y áspero. A la felicidad con color blanco y un vestido melancólico que ni siquiera logró soñarte.
Cómo voy a escribirme si no sé quién soy. Si tus caprichos son planetas que deforman la dirección de la luz. Después. Después nada. Intentar esta carta sin lograrla porque no hay nada que decir. Porque no necesito nada.
Excepto que llegues ya a casa, y que nunca te hayas muerto.

  Mi miedo es que no me creas

     Sea verdad o mentira, qué bah, eso no existe,
              el miedo es fallar hacia el pasado.
que un día me digas, como él, BASTAMECANSÉDECREERTE
mis ficciones son difíciles, lo sé
  Ser sincera (decir lo que quier decir) me convierte en una mujer... difícil. Una mujer de ficciones difíciles.
   Cuando conozca a alguien, diré
  Hola, soy María, mis ficciones son difíciles, si Ud. pretende sinceridad y convivencia.
  Hola, soy María, mi nombre podría ser otro, cualquiera excepto Dolores, lo importante es que le haré daño.
  O seré mentira.
  O seré difícil. Difícil. Difícil.

y saltó de la cama aunque fuera de madrugada aunque sus pies hicieran demasiado ruido aunque los músculos gritaran de bronca.
Aunque la casa tuviera las luces tan apagadas.
Saltó de la cama hacia el espacio demasiado vacío del resto del mundo, el camino hacia la casa de Lany que empezaba en las baldosas frías del dormitorio y terminó, esta vez solamente, en el parquet del comedor de ella.
¡Dios, qué susto! ¿Cómo entraste?
No sé, entré. Tenía que hablarte.
¿Cómo entraste? ¿Estaba abierto?
Necesito decirte algo. Mientras dormía, el pelo de Marián tocó mis manos. Me desperté por eso. Necesitaba decírtelo. Necesitaba contarle a alguien. A alguien despierto.
Lany suspiró y fue a hacer café. Aunque fuera de madrugada, aunque tuviera frío, aunque todavía los diálogos de lo que había estado soñando no pararan de hablar.
El pelo de Marián tocó mis dedos ¿entendés? ¿vos te acordás de cómo era? Yo no. Yo no me acordaba, y eso prueba que no lo inventé.
Lany lo miró a través de los lentes y se preocupó un poco.
¿Vos te acordás de cómo era su pelo en tus dedos?
No, no me acuerdo.
¿Ves? Está viva. No puedo creerlo. No sé qué voy a hace ahora que está viva.
Ella sabía que no tenía que decirlo, pero igual...
Franco, lo soñaste. Estabas durmiendo.
¡Pero lo sentí! ¡Lo sentí, lo sentí, me desperté por el tacto! ¡reconocí una sensación perdida, eso no es soñar! ¡Es mucho más que soñar!
Decime ¿vos pensás que Marián se metió en tu casa del mismo modo misterioso en que vos te metiste en la mía, tocó tus dedos con su pelo y se esfumó?
No sé. Lany, Lany... nada más sé lo que sentí. El pelo de una mujer viva, de una Marián hoy, de un cuerpo caliente y hoy y con ayeres y todo. No sé. No sé...
Lloraba.

Salir de la casa de Lany siempre era un acto de pura estupidez, aunque ella no parara de mirarlo con pena, aunque las reglas de la madrugada no le permitieran gritar, aunque el café siempre estuviera un poco frío. Irse de allí era una tontería. Afuera, entre los infinitos caminos que se trenzaban con la noche, no había nadie más. Nadie despierto.
Pero los pies seguían alejándolo del abrazo de Lany, escalando baldosas de color de noche, hacia ninguna parte. Le pareció que lo llevaban hacia la casa de Pablo, pero no estaba seguro. Estaba oscuro y Pablo se había ido hacía ya bastante tiempo.
Siguió caminando igual, pero era lo mismo porque él no se llevaba. Seguía en su habitación mirándose las manos vacías, no entendiendo, queriendo llorar porque Marián no estaba ahí y su recuerdo le quemaba como brasa en las manos y el pecho, en los oídos y los labios, en las piernas, en el cuello, en toda la superficie de los ojos. Seguía en su habitación, hasta que de pronto sus pies lo habían llevado a la puerta de la casa de Pablo.
Cuando la mujer asomó por la ventana, sosteniendo la bata con las manos, él no recordaba si había tocado el timbre o la puerta o nada. Ésta se abrió segundos después y ella lo hizo pasar sin hacer preguntas. De hecho, no habló hasta que Franco no tuvo una taza de té caliente en las manos y los ojos acostumbrados a la luz naranja de la lámpara. Y lo que dijo ni siquiera fue una pregunta.
Pablo se fue. Hace casi tres meses me dijo que había conseguido trabajo en Córdoba y que ya había sacado los pasajes. Y que no lo llamara hasta que no llamara él.
Franco necesitaba que ella dejara de decirlo. Necesitaba hablar de verdad, para no volver a la habitación y la brasa y los cabellos de Marián. Sabía que una mujer que suspira a la madrugada no debe ser ignorada, pero no quería irse. Quería hablar. Y quedarse donde sus pies.
Esta noche pasó algo. Marián está viva. Lo sé porque me despertó el roce de su pelo en mi mano.
No había venido a preguntar si sabía algo de ella. Tampoco estaba buscando a Pablo. La mujer entendió sin que él se lo dijera, ella necesitaba lo mismo.
La ausencia se hace honda a medida que vas quitándole esperanzas.
Y nada más hizo falta decir. Y otra vez sus pies se hallaron en la vereda fría que se tenzaba en caminos. Y otra vez sus manos se despertaron con el tacto de Marián. Marián tibia, perfumada, viva, y distinta.
Esta vez sus pasos persiguieron la luz. A medida que iba acercándose al centro, la vida nocturna de la ciudad lo iba picando. Las luces de la calle, el ruido de una moto, el ladrido de algún perro callejero, como bichitos iban comiéndose la habitación y dejándolo de nuevo en la calle, sobre sus pies que caminaban sin rumbo.
Hasta que el sonido estridente del celular lo obligó a preparar la voz para que no se oyera quebrada cuando dijera
Mamá.
¿Dónde estás? Me asusté... me levanté al baño y entré a tu pieza para ver si estaba todo bien, pero no estabas. No estabas en ningún lugar de la casa. Tu papá está preocupado... ¿dónde...? ¿Cómo te vas a ir así, sin avisar? ¿Dónde estás?
Mamá, estoy... no sé, en una plaza, en la plaza. Mamá... pasó algo
No podía evitar que su voz volviera a las profundidades de la ausencia, aunque ya hubieran pasado horas, aunque otra vez el recuerdo del tacto de Marián se disolviera, aunque sintiera a su madre contener la respiración al otro lado de la línea.
Anoche sentí algo. Me desperté, sentí el pelo de Marián sobre mis dedos...
¿Soñaste con ella?
¡No, no soñé! Lo sentí de verdad. Estuvo ahí, sobre mis dedos, el pelo de ella. Me acordé de cómo era eso, me...
Mi amor... ¿te fuiste por eso? Por favor volvé, hablamos acá en casa.
No puedo, Ma... esto significa que Marián sigue viva, no puedo quedarme en casa, necesito hablar, pensar... necesito entender...
Pero Franco, mi vida... Marián no se murió, vos sabés.
El tono de ella hasta le dio un poco de miedo.

Sobre las casas se alcanzaba a ver el celeste del día, y Franco se había sentado al pie de la estatua de San Martín. Esperaba. Aunque las esperanzas sólo hubiesen hendido la ausencia que había en él. Aunque Lany y su mamá y otra mujer increíble creyeran que tenía que irse a casa y dormir. Aunque las brasas del dormitorio lo quemaban cuando cerraba los ojos, y el frío de la ciudad lo empañaba cuando los abría. Aunque no sabía qué estaba esperando, esperaba. A Marián, tal vez.
Lloraba.

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